Si hay una situación que como mujeres y hombres negamos que nos pasará cuando seamos madres y padres, es la de las rabietas. Si presenciamos una antes de convertirnos en madres y padres, rápidamente nos decimos internamente aquello de “cuando yo sea madre/padre, eso a mí no me va a pasar, yo sabré ponerle los límites a mi hijo para no haga eso”.
Así, tal cual, ¡viva la ignorancia!
Pero es que, que se desencadene una rabieta no es una cuestión de límites. Estos berrinches forman parte natural del proceso de desarrollo del niño y de la niña.
¿Qué es una rabieta?
Es la expresión de un malestar interno muy desagradable que siente el niño o la niña y que le hace estallar. La diferencia entre esta y un enfado es la forma en la que se expresa, el comportamiento que tiene en pleno ataque de rabia.
Pareciera que se convierte en otra persona, pero lo único que le sucede es que necesita sacar, expresar, eso que le ha disgustado tanto, y lo hace como sabe y puede: sí, así, como estás viendo ahora en tu mente.
Las palabras rabieta, pataleta o berrinche están muy denostadas, si en lugar de denominarlas así hablamos de que está en pleno secuestro amigdalino, tal vez las afrontáramos con menos desánimo y más comprensión. Y es que en una situación así, de explosión emocional, la amígdala, el centro cerebral de las emociones, ha secuestrado la totalidad de este y el niño o la niña, por la edad que tiene, no puede ejercer autocontrol alguno. Y bueno, entre tú y yo… muchas personas adultas en muchos momentos de intimidad y de no tanta intimidad, tampoco ejercen ese autocontrol y sufren de secuestro amigdalar, sin embargo, les pedimos a quienes por una cuestión de inmadurez de su cerebro, que tengan ese autocontrol. Pues no, no pueden. No es posible lo que les pedimos.
¿A qué edad es normal que se den las rabietas?
Normal y anormal… ¿quien decide qué es normal y qué no? Yo prefiero hablar de lo que es habitual, así que te cuento que lo habitual es que las rabietas se den en torno a los dos años, que es cuando el o la peque comienza a identificarse con el yo. Pero hay quienes a partir de los 18 meses tienen enfados similares y otros que hasta los 3 años no tienen las primeras. Depende de muchos factores, y ninguna edad es mejor que la otra. Evita las comparaciones, cada peque ES y tiene su propio ritmo.
Y se pueden dar hasta los 5 ó 6 años de edad, eso sí, no siempre con la misma intensidad, sino que hay un punto álgido de berrinches y después se van espaciando en el tiempo hasta darse de forma aislada, hasta casi desaparecer a esa edad, los 5-6 años.
Esto sucede porque el área cerebral relacionada con las emociones (el cerebro límbico) ha alcanzado el grado de madurez necesaria, que permite al cerebro centrar su energía en desarrollar el neocórtex, el área de este órgano tan fascinante encargada de la parte más reflexiva y de los pensamientos abstractos.
En torno a los dos años el niño y la niña está empezando a reconocerse en su individualidad.Han estado desde que nacieron sintiéndose uno con mamá, hasta ese momento ha vivido en la diada mamá-bebé, y para que esto deje de ser así es necesario que atraviesa la etapa egocéntrica, esa en la que todo es, yo, me, mí y mío. Y además, ahora, ya.
Te cuento todo esto con la esperanza de que saberlo te ayude a acompañar mejor en estos momentos a tu peque, para que él o ella pueda aprender a gestionar su frustración y rabia a partir de la forma en la que tú le acompañas.
¿Qué hay detrás de una rabieta?
Una rabieta nunca es por capricho, grábate a fuego estas palabras y trata de hacer oídos sordos a quienes te dicen que te quiere tomar el pelo, te está manipulando o cualquier cosa por el estilo, porque no es verdad.
Un berrinche es el síntoma de algo, ya sea una necesidad primaria no satisfecha, una necesidad secundaria insatisfecha o un malestar emocional.
Las rabietas por necesidad primaria no satisfecha pueden evitarse estando pendiente. Se dan cuando hay hambre, sueño, cansancio, etc. Anticiparte a estas situaciones puede evitarte más de una pataleta, y no está de más que te lo pongas y se lo pongas más fácil. Si sales a la calle ten en cuenta la hora y sus necesidades primarias.
En otras ocasiones las rabietas se dan porque hay una necesidad secundaria no satisfecha, como comer esa piruleta que acaban de ver o seguir columpiándose cuando has dicho que es hora de volver a casa… en esos casos toca marcar el límite y acompañar su enfado. No hay más. Es lícito que se enfade y llegue a explosionar en rabieta, y también es bueno que mantengas el límite que consideres saludable para él o ella. Eso sí, quita de en medio aquello que quiere y no puede tener en ese momento o retiraros del lugar. Eso os lo pondrá más fácil a ambos. Y cuanto antes mejor, no te enredes dándole mil explicaciones o tratando de negociar, ese no es el momento. Después de cuento más sobre ello.
Las rabietas también pueden darse por un malestar emocional: ha comenzado el cole y te echa de menos, siente celos del hermano/a, siente inseguridad o miedo ante un cambio importante para él o ella… permite su explosión emocional, esas emociones que tiene dentro necesitan salir, son emociones que necesita transitar y lo hace como sabe y como puede.
En ese momento de estallido emocional pon atención a que no se haga daño a sí mismo/a, no dañe a otra persona o el espacio en el que estáis.
¿Cómo actúo ante las rabietas sin perder los nervios?
Si te he contado todo lo anterior antes de pasar a la parte más práctica, es con la esperanza de que conocer qué sucede dentro de sí y que entiendas que las rabietas forman parte natural de su desarrollo, te ayude a entenderle y acompañarle con más serenidad.
Cuando entra en modo rabieta…
No te enfades ni te lo tomes como algo personal contra ti, está sufriendo y te necesita. Su berrinche es una llamada de auxilio a ti que eres figura de referencia para él o ella y que al tener más edad se supone que tienes más autocontrol.
Lo que necesita de ti es que tengas una actitud de sostén, es decir, que mantengas a raya tus emociones, lo que a ti se te remueve. Así no serás reactiva/o ante sus emociones y evitarás proyectar tus emociones con las suyas.
Tal vez te ayude repetirte como un mantra alguna frase tipo: “no es algo personal contra mí” o “yo soy la adulta y me necesita”, y así mantenerte en tu centro, algo imprescindible para estos momentos.
Esto requiere que tengas un doble foco: uno en ti y otro en tu peque. Por lo que apaga todos los “tengo que”, exigencias y expectativas del momento. Apaga todos esos pilotos automáticos para centrarte en mantenerte en tu centro y en acompañar y sostener el momento de sufrimiento de tu peque.
Tu cuerpo habla, más que las palabras incluso, por lo que cuida tu actitud y tu forma de estar presente. El lenguaje no verbal hace mucho más bien en este momento que el verbal. Minimiza al máximo tus palabras. Guárdalas para luego. Estar presente de cuerpo y mente y conectada a tu peque le ayuda mucho.
Ponte en sus zapatos, has conectado con lo que le puede estar pasando, por lo que ahora valídale lo que siente de verdad, de corazón, no de boquilla “porque esto es lo que tengo que hacer para que la rabieta dichosa pase pronto”. No, así no va a valer. Sólo funciona si es de corazón, si lo haces con todo tu ser, porque de lo contrario se dará cuenta y será peor.
En el caso de que en la falta de autocontrol se haga daño a sí mismo/a, a otra persona o al espacio en el que estáis, no lo permitas. Pon los límites de forma clara, firme y con calma, pero no te líes a darle explicaciones porque en ese momento no te puede escuchar y tanta palabra como solemos meter, lo único que hace es frustrarle más y es peor.
¿Y cuándo le enseño que eso así no?
Nos preocupamos mucho de educar y nos olvidamos de su sentir, de permitirle su expresión emocional, algo muy sano. En el momento de desbordamiento emocional no puede escuchar, recuerda lo que te contaba al principio acerca del secuestro amigdalino en el que se encuentra en ese momento.
Cuando ya ha pasado todo, a las pocas horas si son más pequeños porque si no se les habrá olvidado, o a las muchas horas cuando son más mayores (la hora antes de dormir suele ser un gran momento), podéis hablar sobre lo que ha sucedido para ayudarle a integrar la experiencia y que pueda aprender de la situación.
Antes de iniciar la conversación conecta con él o ella, valídale lo que sintió y después educa. Explícale lo que consideres teniendo en cuenta su edad, sus necesidades y el contexto. Juntos podéis hablar de cómo podéis resolverlo si vuelve a suceder, o le puedes preguntar cómo puedes ayudarle mejor si vuelve a sentirse así. Se nos olvida escucharles pese a que son los protagonistas de muchas situaciones.
No es fácil acompañar una rabieta porque la energía de esa emoción es muy grande y la mayoría de madres y padres hemos sido, o somos, analfabetos emocionales que estamos aprendiendo a transitar nuestras emociones. Y es que en nuestra infancia no se nos permitió expresar muchas de ellas, especialmente las que tienen que ver con la rabia y la tristeza.
Así que es normal que ahora cuando tu hijo o hija entre en rabieta resuenen en ti otras emociones y te entren ganas de que pare de inmediato. Pero lo más sano es ponerle conciencia, atenderle a él o ella y después que tú te escuches a ti y todo lo que se te ha movido por dentro.
No nacemos sabiendo ser madre ni padre, vamos aprendiendo por el camino. Por ello cada rabieta es una oportunidad para conocerte más a ti misma/o, a tu peque y conectar más en vuestra relación 😉
He querido resumir mucho y aunque me ha quedado un post muy largo, me he dejado muchas cosas sin decir, así que si te queda alguna duda, pregúntame que estaré encantada de contestarte en los comentarios.
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